martes, 24 de julio de 2012

El Simplicismo - La nueva moral



El Simplicismo - La nueva moral – Alberto Bueno Costa

Este curso de 2º de Bachillerato ha sido un curso de grandes tensiones, grandes dificultades a nivel académico, pero también a nivel personal, pues, ante tanta tergiversad vital que se nos presenta ante los ojos día a día, es normal que veamos la vida como una compleja red arácnida de una vastedad infinita, cuyos supuestos secretos son imposibles de alcanzar, calentando nuestro cerebro cual horno industrial, sin dejarnos pensar ni avanzar hacia nuestras metas, que se ven desvanecidas entre la niebla mental de dicha red.


Pues, es tal la forma en que esta manera de pensar está arraigada en nosotros, que llegamos a ver a las personas como seres totalmente ajenos a nosotros, como seres cuyo complejo cerebral llega a ser tan inescrutable, único y diferente al de todos y cada uno de los demás seres humanos, que nos sería imposible saber qué piensan los demás, qué objetivo tienen, qué es lo que les hace feliz o infeliz o simplemente el irrisorio hecho sobre si debería o no hablar con una persona y entablar una conversación con ella. En resumen, vemos la vida como un imposible de trabas, una jungla llena de maleza que nos tapa los ojos e inclusive, las vías respiratorias. Una vida estrangulada.


Pero, ¿por qué pensamos así? Pido al lector que lo que voy a exponer aquí no es ninguna broma ni ningún capricho de la retórica lingüística a modo de trabalenguas para burlarme de todo aquél que lea los siguientes cuatro párrafos. Es una explicación que hay que reflexionar con esfuerzo y paciencia, pues vamos a estudiar el comportamiento mental del día a día que hacemos sin pensar ni esforzarnos, pero que en realidad es muy complejo si reflexionamos sobre ello, para así mostrar por escrito la GRAN dificultad de la mente.


-          En pocas palabras, los seres humanos tenemos la gran capacidad de pensar más allá del pensamiento en sí, siendo capaces de pensar lo que puede llegar a pensar otra persona.


-          Aun así, no contento, el ser humano avanza mucho más allá, y piensa lo que puede pensar la otra persona si esta piensa que nosotros pensamos lo que hemos pensado previamente sobre él en el primer párrafo. De esta forma, llegamos a pensar que lo que piensa el otro ya es aquello que nosotros pensamos (pensando que él sabe lo que nosotros pensamos), la cual cosa nos hace cambiar completamente de pensamiento sobre este sujeto externo a nosotros, como si éste nos estuviera engañando mentalmente, creándonos una incómoda duda sobre la complejidad de los pensamientos del otro sujeto.


-          Pero al final de todo llegamos a una tercera fase de pensamiento, ''ta méta ta métan tes sképsis'' (más allá del más allá del pensamiento), un ''bis plus ultra'' del pensamiento, camino que se bifurca en dos partes. La primera parte es pensar que todo lo pensado es más simple, volviendo al primer pensamiento del primer párrafo con la posibilidad de reiniciar el ciclo de nuevo. La segunda parte es aquella que piensa triplemente (pienso que él piensa que yo pienso que él piensa que yo pienso que él piensa lo primero que he pensado).


-          De esta manera, el primer camino vuelve al principio, a comenzar el proceso y el segundo camino le sigue una segunda bifurcación: la vuelta al proceso primigenio y la cuadruplicación del pensamiento.  Y así ''ad infinitum'', como podemos ver representado en este simple esquema.:


·Color verde es ‘’ Pensamiento primigenio’’  (1º párrafo).
·Color gris es ‘’Primer retorcimiento’’  (2º párrafo).
·Color azul es ‘’Multi-retorcimiento’’, por las veces ‘’ad libitum’’  (3º y 4º  párrafo).
·Color rosa es ‘’Reinicio o Reset’’   (3º y 4º párrafo).


Con esta retorcida forma de pensar tan característica del ser humano, que yo llamo ‘’bucle o red del pensamiento retorcido’’, mostramos la complejidad de un aspecto de la mente humana: el pensamiento del ser humano sobre el pensamiento de los congéneres de su misma especie. Un pensamiento que es tan tergiversado que hace que las personas vean a la demás gente no como personas en si ni como seres humanos, sino como problemas matemáticos de complejidad extrema cuya solución es inalcanzable, imposible. Toda esta dificultad no solo aparece en la relación entre personas, sino en prácticamente toda nuestra experiencia vital diaria (el trabajo, la toma de decisiones, cuestionarse sobre un objetivo futuro, etc.).


Es por ello que esta forma de pensar es la que causa frustración personal, el bloqueo en nuestras actuaciones diarias y el fracaso en la relación con las otras personas de nuestra misma especie. Problemas que acaecen a partir de nosotros mismos, de nuestra mente. Esto, gracias a la libertad y a las alas de nuestras mentes, es imposible de evitar, pero no es imposible parar y dejar de rizar el bucle vicioso.  El hecho de pensar tan retorcidamente, pensar que el mundo es una red compleja de acciones y pensamientos oscuros y complicados es un error para nuestro pleno funcionamiento, una enorme traba que nos impide conseguir nuestro único y universal objetivo vital, cuya finalidad de la vida es eudemonista: la felicidad.


Antes de explicar el por qué y el cómo conseguir una experiencia vital gratificante en relación con las personas (relación imprescindible, pues vivimos en sociedad) y con nuestros objetivos y trabajo (imprescindibles también, pues nos mueven, nos estimulan y nos dan algo por lo que vivir y tener esperanza, elemento vital), explicaremos el porqué de la finalidad eudemonista de nuestra teoría moral, que desde ahora llamaremos Simplicismo, término que no se debe confundir con Simplismo, pues no buscamos eliminar o pasar por alto elementos de la realidad para que nuestra vida sea más fácil y más simple, error cometido por muchos filósofos, sofistas y otros pensadores, que simplifican la realidad en si para que todo sea más fácil, engañando a la mente adrede. Nosotros no vamos a engañar a la mente ni vamos a eliminar elementos de la realidad, sino que vamos a despejar elementos irreales, creados por la mente que se engaña a si misma inconscientemente, que no hacen nada más que complicar nuestra visión de todo lo real. En resumen, a ayudar a la mente, es decir, a nosotros mismos, a limpiar la red arácnida de imaginación basura que nos nubla y nos impide conseguir nuestros objetivos y nos frustra vitalmente.


Ahora bien, recapitulando en el punto en el que nos habíamos quedado previamente, consideramos que la felicidad es el objetivo vital del ser humano. Muchas de las personas que lean este texto estarán en contra de lo dicho, pero nosotros, al menos por nuestra parte y tras mucha reflexión, no encontramos ninguna otra finalidad, ningún otro motor vital que nos mueva, más que la felicidad.


Mucha gente afirma que nuestra finalidad vital es la supervivencia y la expansión de la especie, como animales (biológicamente hablando) que somos. Nosotros, pero, les respondemos que la supervivencia es el hecho por el cual intentamos por todos los medios extender nuestra vida a causa de que nuestra esperanza, elemento de la mente que nos otorga la paciencia irreal, ilógica e inexplicable para esperar que nos llegue la felicidad tarde o temprano. Por ende, la supervivencia viene a ser el reflejo de la esperanza y nuestro deseo de obtener la felicidad vital. Lo mismo ocurre con la expansión de la especie, pues nos da pavor que esta esperanza se pierda con nuestra muerte, que no se expanda y no la podamos transmitir de generación en generación (aunque mucha gente ha superado con éxito esta fase de pavor ilógico, que nos afecta a largo plazo, mientras que la supervivencia nos afecta al día a día, que por ello es considerada un pavor lógico y necesario).


¿Por qué decimos pavor ilógica a la expansión de la especie? Pregunta muy sencillamente respondida por la afirmación siguiente: la finalidad de la vida, la felicidad, es un hecho totalmente egoísta. Es decir, es una felicidad para nosotros mismos y para nadie más. Con esto queremos decir que aunque la felicidad la consigamos por medio de dar felicidad a otras personas, realmente no buscamos la felicidad ajena, sino que buscamos la nuestra. Sabemos que suena cruel, pero tras una profunda introspección, la conclusión siempre será la misma, pues es imposible que hagamos algo que nos de totalmente la infelicidad (es decir,  0% felicidad) por la felicidad de otras personas.


Verbigracia, un bombero entra en una casa en llamas para salvar a un crío que se ha quedado inmovilizado por el pavor lógico que siente al estar rodeado por el fuego abrasador. Este bombero se jugará la vida para salvar al niño y, de hecho, lo salva, pero por desgracia, él se queda atrapado entre el fuego a causa de la caída de una viga de acero en su espalda, la cual cosa lo inmoviliza y lo deja encerrado entre las llamas, asfixiándose y quemándose hasta la muerte. Este hombre, realizando semejante acción heroica ha sido capaz de dar su vida por la vida de otro. Entonces, ¿diremos que este es un caso en que la felicidad para este hombre no ha existido o no la ha recibido por el hecho de haber muerto para ayudar, buscar la felicidad, a otra persona? En absoluto, pues a él le hacía feliz salvar a otras personas, hacerlas felices, para él mismo ser feliz, inclusive si él muere, pues morirá felizmente (sin tener cuenta lo horripilante que puede ser morir abrasado por el fuego). Pero mentalmente es imposible dar la felicidad sin recibir a cambio más felicidad, pues sería engañarse a sí mismo, intentar evitar caracterizarnos por la palabra ‘’egoísmo’’, a la cual mucha gente le tiene pavor ilógico.


En resumen, hagamos daño o ayudemos a la demás gente o simplemente lo hagamos por y para nosotros mismos, la felicidad es un elemento egoísta, necesario, universal, ilógico e irreal, además de ser el único motor de la vida. El elemento que nos hace seguir viviendo para encontrar la felicidad es la esperanza, elemento mental que nos otorga paciencia ilógica para seguir esperando a que nos llegue la felicidad en los momentos más difíciles, la cual cosa explica las ansías de supervivencia y, en extensión pero no necesariamente, la expansión de la especie (pues tener un hijo y verlo crecer exitosamente, aunque da felicidad al hijo en si, la felicidad que le importa al padre es su propia felicidad, la que le otorga ver a su hijo feliz, pues, en caso contrario, seríamos insensibles, no como mucha de la gente piensa ilógicamente o por mucho que el padre en cuestión lo niegue).


Con todo esto no quiero decir que ahora, sabiendo esto, debamos caer en la inmoralidad y dejar de buscar la felicidad a los demás por el hecho de que la felicidad es un elemento 100% egoísta. No caigamos en la estupidez metalingüística ni transcribamos literalmente todo a la realidad, pues hay que saber lo que está bien y lo que está mal.


Muy al contrario a lo que muchos filósofos han estado ‘’buscando’’ y cuestionándose sobre qué es el bien y qué es el mal y sobre qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, desde los universales de Sócrates y Platón hasta las teorías morales de los filósofos de las últimas centurias, nosotros damos una respuesta breve y clara (aplicando el Simplicismo), que muchos pensadores han defendido, tales como Hume, la cual es la siguiente: el bien es todo aquello que haciéndolo y recibiéndolo nos sintamos felices y el mal es lo contrario. Por ende, hacer el bien es equivalente a dar a las personas o a otro ser vivo todo aquello que a nosotros nos hace felices mientras que hacer el mal es lo contrario. Esta manera de concebir y distinguir el bien y el mal la llamamos el Principio del bien y del mal. Expuesto el encofrado de la teoría del Simplicismo, expliquemos en si dicha teoría.


El Simplicismo es, como su nombre propiamente indica, una teoría moral y antropológica que da pie a una conducta humana en la vida del día a día más simple, más ligera, que despeja todos aquellos elementos nocivos creados inconscientemente por nuestra mente que nos bloquean de una manera innecesaria y que impiden que consigamos gozar de una vida plena y feliz, para que podamos ver la realidad tal y como es, sin simplificar nada a ésta (al contrario que el Simplismo). Contemplar la realidad tal y como es para dominarla, evitar que ésta nos domine, para que así nuestros objetivos se cumplan con éxito, nuestras relaciones personales tengan éxito y de esta manera llegar a la felicidad.


Antes de explicar a fondo la teoría queremos aclarar que estos elementos nocivos que nos bloquean no son ni la Metafísica, ni otra rama de la Filosofía o conocimiento que sea completamente racional. Hay que saber distinguir, como hemos afirmado antes, lo bueno y lo malo y pensar y crear juicios son elementos necesarios para llegar a la felicidad y poder estar cultivados mentalmente, aunque no se puedan llegar a ningún lado con ellos. Otra cosa es que pensar pueda llegar a perjudicar la felicidad, pensamientos de los cuales el Simplicismo se intenta encargar de despejar y difuminar. Empecemos, pues.


Relaciones entre personas


Muchas personas se habrán preguntado en algún momento de sus vidas si todos los demás seres humanos ‘’sienten’’ igual. El vocablo ‘’sentir’’ hace referencia en este caso a los sentimientos tanto físicos como los psíquicos o emocionales. ¿Esta chica siente un pellizco en su brazo al igual que yo? o ¿Esta chica, cuando está enamorada de alguien, realmente siente el mismo sentimiento que yo cuando me enamoro igual de intensamente de otra persona; siente realmente de igual manera esa presión en el pecho de angustia y deseo?


Son cuestiones que, a priori, parecen ridículas pero en realidad tienen una difícil, por no decir imposible, solución o respuesta. La explicación de esta dificultad deriva directamente del hecho por el que nosotros no podemos sentir lo que sienten los otros (sin tener en cuenta la empatía, pues ésta no es más que un mero efecto espejo de nuestras mentes que al ver una persona afectada por una sensación, debido a la inducción de experiencias anteriores similares a la ocurrida, comprendemos lo que le ocurre a tal persona afectada y lo llegamos a sentir nosotros a causa de una reacción mental involuntaria). No nos podemos fusionar con la otra gente para sentir lo mismo que él (¡ojalá se pudiese!) o implantar nuestro cerebro en su sistema nervioso (al menos la ciencia actual no ha llegado hasta tal extremo).


Visto lo visto, parece que no podemos saber si sentimos lo mismo o no. Pero, ¿acaso no tenemos todos los seres humanos la misma estructura fisiológica, metabólica y prácticamente una idéntica morfología, cuyas pequeñas diferencias son las que nos permite distinguirnos fácilmente de otros seres vivos? En otras palabras, ¿no cumplimos todos las mismas funciones de nutrición – relación – reproducción en nuestro día a día? Normalmente comemos todos por la boca, catabolizamos nuestros alimentos en el estómago, anabolizamos las sustancias de provecho en las mismas células específicas y excretamos todos por el mismo conducto excretor (a no ser que tengamos una anomalía poco común, error genético o causado accidentalmente). Es por ello que, si en este aspecto tan complejo somos iguales, nuestros componentes biológicos, de los macroscópicos a los más microscópicos son casi al cien por cien idénticos, es difícil pensar que las sensaciones físicas, varían de unas personas a otras.


Si siento miedo, ¿no empezamos a temblar y se nos ponen los pelos de gallina? Si tengo sueño, ¿no se me empiezan a caer los parpados? Si sufro un corte en la piel, ¿no empiezo a sangrar y sentir un escozor e hinchazón a causa de la rápida interacción de los nervios que impulsan la segregación de histaminas por parte de los mastocitos, glóbulos blancos comunes en todos los seres humanos (salvo los pocos que tienen una grave inmunodeficiencia)? O cuando me urge acudir al servicio, ¿no siento la misma presión en las zonas de excreción que otra persona, si esta tiene estas zonas en las mismas partes que yo?


Es normal pensar que podemos sentir físicamente diferente a otra persona, pero biológicamente, por lo que podemos ver, es imposible, pues es tal y como estamos conformados los seres humanos. Está demostrado objetiva y científicamente y podemos verlo en el día a día, la cual cosa nos demuestra que creer en que sentimos físicamente diferente a los otros seres humanos es un error, un multi-retocimiento innecesario.


Ahora bien, sentir físicamente no es lo mismo que sentir psíquica o emocionalmente. La ciencia no ha llegado hasta ese punto para explicar sobre si sentimos el amor, la amistad, la concepción de lo justo o injusto o incluso el sentimiento de estar refugiados a gusto en el hogar. Es este hecho el que nos provoca que veamos la vida de manera tan compleja como hemos explicado al principio de este texto. Por este hecho tememos entablar conversación con extraños, tenemos vergüenza de los que no conocemos y creemos que cada persona es muy compleja y difícil de entender, que son superiores a nosotros.

Esto nos hace introducirnos en el bucle del pensamiento retorcido y retorcer aun más las cosas, cuando en realidad no son así. En este momento, hay que hacer una pausa de reflexión, una reducción a lo absurdo de todo lo que nos rodea. No hay que tener miedo a desintegrar todos los pensamientos que nuestra mente ha ido creando, pues somos tan poderosos mentalmente como lo puede haber sido Kant o Descartes, solo hay que tener decisión y paciencia, pues es una cosa realmente necesaria. Hagamos, pues, esta operación:


A lo largo de nuestra vida habremos seguramente conocido a mucha gente y habremos ‘’inducido’’ muchas experiencias a lo largo de nuestro recorrido vital. Habremos seguramente experimentado muchas sensaciones y, lo más importante, habremos visto experimentar muchas sensaciones a otras personas, viendo como reaccionan y comparando a cada situación y sensación con las nuestras propias. Habrán, lógicamente, diferencias (uno es más duro sentimentalmente, otro se emociona más fácilmente, etc.) pero, al fin y al cabo, y siendo realistas, objetivos y directos, observamos claros paralelismos entre los sentimientos de las personas y nosotros mismos. ¿O no es verdad que en años y años de literatura, el amor ha estado presente en prácticamente todas las obras y, aunque ha sido cambiante a lo largo de los años, su concepción más pura siempre ha sido la misma, la de una explosión de sentimientos incontables, cosa incomprensible hasta nuestros días, que nos turba y nos mueve en busca de la felicidad? ¿No es cierto que cuando lloramos por la pérdida de alguien sentimos un vacío negro en el centro profundo del pecho, con dificultad de respirar? Lógicamente cualquier persona nos respondería que si, pues si no, nos estaría mintiendo.


Es por ello que sin prejuicio alguno, debemos contemplar todos los datos obtenidos y analizados a su mínimo, desintegrarlos y contemplarlos lógicamente, para después volverlos a unir de manera concordante sin formar la liosa red mental que nos bloquea, sin sentido. Llegaremos, sin duda alguna, a la conclusión que afirma que todo en si no es tan complicado como parece.

Pero esta explicación, como podemos observar, es insuficiente para explicar cómo conseguir el objetivo del Simplicismo y dejar aparcado de esta manera dicho razonamiento sería caer en la falacia y en la enseñanza sin mostrar el ‘’quid de la cuestión, sin mostrar el porqué y cayendo en el dogmatismo típico de una doctrina, cosa que queremos evitar a toda costa. Por ello, la explicación detallada de este proceso es la siguiente:


Debemos desintegrar cada pensamiento mental a su más mínimo y simple. Esto lo conseguimos reduciendo cada una de nuestras cavilaciones mentales más complejas, pensamientos multi-retorcidos, en sus pensamientos anteriores de los cuales derivan de forma progresiva. Entonces, desintegramos a su vez los pensamientos obtenidos con la primera desintegración realizada, y así sucesivamente, hasta obtener una clara imagen del pensamiento primigenio o pensamientos primigenios por los cuales se estructuran.

En este punto, observando el pensamiento primigenio o los pensamientos primigenios, podemos contemplar los sentimientos o emociones que los han desencadenado (amor, odio, ansias de justicia, lealtad, etc.) diáfanamente, los cuales no son tan numerosos como la mayoría de personas creen (pues de nuevo, nuestra mente se auto-engaña adentrándose inconscientemente en el bucle del pensamiento retorcido).


Sabiendo ya los sentimientos que originan cada pensamiento primigenio, nos encontramos con una nítida visualización del campo cerebral o del esquema de pensamientos (llámese como el lector prefiera), sin dificultad ni complejidad.


Es esta forma de desintegración mental la cual nos tenemos que apoyar siempre en el día a día, siendo conscientes de cada parte que conforma un problema o un pensamiento que se nos presente, intentando visualizar lo más simple de éstos y así poder resolverlos sencillamente sin tener que caer en un bucle infinito y engañoso que nos bloquea pensar con lucidez. Pondremos un ejemplo de este proceso en seguida pero sigamos explicándolo hasta el final. Sigamos, pues, con la explicación:


Al observar cada sentimiento desencadenante del pensamiento primigenio, mediante el uso de un buen juicio mental, descartamos aquellos sentimientos que son irrelevantes o que son nocivos para nosotros, que nos impiden llegar a la felicidad y a la estabilidad mental. ¿Cómo podemos realizar este proceso de descarte y elección de sentimientos? Muy simple: aplicando el principio del bien y del mal anteriormente explicado.


Al aplicar este principio, tenemos que sincerarnos máximamente con nosotros mismos, no cabe la falacia en este tipo de reflexión, pues no serviría de nada. Hay que sincerarse y afirmar qué es lo que realmente queremos para el bien propio y común y qué es lo que realmente no queremos, es decir, aquello malo. Si reflexionamos y estamos totalmente seguros que un sentimiento es bueno, da la felicidad (por decirlo de una manera, es y hace el bien), entonces es aquel sentimiento con el que nos tenemos que quedar, conservar en la mente. Si estamos absolutamente seguros, si no tenemos duda alguna, de que este sentimiento hace el bien a nosotros y, por consiguiente, creemos ciertamente que hará el bien a los otros, entonces debemos, sea lo que sea, aceptarlo y conservarlo en nuestra mente.


Como condición para aceptar un sentimiento como bueno, y que el desencadenante de este sea realizado, es necesario, de forma ‘’sine qua non’’ tener que experimentar ese sentimiento y esa acción consiguiente personalmente para afirmar con seguridad que realmente es bueno. Es decir, no podemos considerar algo bueno si no lo hemos experimentado nosotros mismos y haber pasado tras un periodo de reflexión siguiendo el principio del bien y del mal. En pocas palabras, ‘’si no lo veo (en este caso, si no lo siento propiamente), no lo creo’’.

Con estas condiciones evitamos la falacia, la hipocresía y el auto-engaño mental de muchas afirmaciones que parecen ciertas y que en realidad no lo son y/o que nos dan a entender que todas las personas son extremadamente diferentes, con una compleja red cerebral, única, que les hace sentir totalmente diferente a nosotros, la cual cosa es craso error. Ejemplos de este tipo de afirmaciones son las que defienden muchos psicópatas y enfermos mentales, cuyo campo cerebral está tan tergiversado y retorcido que ya no es capaz de elaborar correctos juicios mentales, pues no es capaz de aplicar el principio del bien y del mal a causa de la gran densidad o carga psíquica de su mente.


Con densidad o carga psíquica entiéndase la cantidad de pensamientos que una persona tiene en su mente, donde la carga aumenta a medida que retorcemos más los pensamientos (cuando se multi-retuerce en grandes cantidades un pensamiento primigenio). Cuanta más carga psíquica, más inestabilidad vital tiene una persona. Retorcer un pensamiento puede ser útil para resolver problemas (como problemas matemáticos o prevenir todas las posibilidades de ataque y defensa en un campo de batalla antes de un combate entre ejércitos para asegurar lo máximo posible una victoria), pero puede llegar a desgastar, a causar fatiga, desesperación e incluso demencia, cosa que provoca la infelicidad, por mucho que se niegue este hecho. De esta manera, una baja densidad psíquica hace que podamos elaborar buenos juicios mentales y poder aplicar correctamente el principio del bien y del mal.


Frases como ‘’mato porque me da la felicidad’’ son una falacia, pues el hecho de matar a otra persona es darle la infelicidad absoluta a ésta, y algo que haga infeliz a una persona nos hace infelices de igual modo a nosotros. Por lo tanto, siguiendo la condición que se tiene que aplicar para descubrir si algo es bueno, se tiene que probar con uno mismo, se tiene que experimentar si la felicidad de matar a alguien se experimenta con el sujeto mismo, la cual cosa desencadenaría a nuestro suicidio y la imposibilidad de comprobar si matarnos nos a resultado satisfactorio.


Ahora bien, sabemos de la existencia de mucha gente que el hecho de herirse a si misma le estimula placer pero lo que están haciendo éstos en realidad es algo en contra de la vida en sí, dañarse a si mismos por sentir placer, para ser felices, es dañar el organismo para conseguir la ‘’felicidad’’. Es decir, buscar el daño o la muerte es negar la vida, donde la vida es una búsqueda constante de la felicidad, sobreviviendo para buscar ésta última. Por ello, la gente que defiende esas dos afirmaciones son aquéllas que, a causa de la elevada carga psíquica, ya no saben distinguir lo que está bien de lo que está mal, lo que da o no la felicidad, errando.


Después de haber leído el anterior párrafo, el lector muy posiblemente habrá discutido mi previa afirmación argumentando mentalmente que aquellos sentimientos que dan la felicidad son relativos; que todo es relativo, incluso la felicidad en sí. Pero nosotros le respondemos que esta forma de focalizar la felicidad, el relativismo absoluto, que no el relativismo puntual o concreto, es una creación de la mente, la cual, en pleno bucle del pensamiento retorcido, da una ‘’vuelta de tuerca’’ a lo primeramente pensado, dejándose llevar por la tergiversada red y auto-bloqueándose, sin dar pie ni siquiera a la posibilidad de que existen muchas cosas que no son relativas y otras tantas que lo son. Pues, aplicando el método simplicista explicado anteriormente, y siendo máximamente realistas y personalmente sinceros, observamos que hay cosas relativas y cosas que no lo son, pero que ni todo es relativo ni todo es universal.


Explicando esto último, decimos que aquellas cosas no relativas, es decir, los Universales, son las que respetan el principio del bien y del mal, las que se pueden, al reducir los pensamientos al máximo, clasificar (mediante buenos juicios mentales) en buenos o en malos (en el bien o en el mal), donde esta clasificación es aplicable por igual a todos y cada uno de los seres humanos, incluidos nosotros mismos. De esta manera, los universales los podemos clasificar en Sentimientos (o Emociones, como los conceptos morales de la justicia, el amor, la sabiduría o el concepto puro de belleza) y en Sensaciones fisiológicas (un dolor de barriga, una resaca, el sueño, el dolor, el miedo o el hecho de acudir al baño para realizar sus necesidades).

Ahora bien, por la otra parte tenemos aquellas cosas relativas, es decir, los Relativos las cuales se pueden ligar con muchos de los universales antes mencionados. Los Relativos se pueden clasificar también en dos grupos: Intensidades y Gustos particulares (o Cuestiones de gusto).


Las Intensidades hacen referencia a la fuerza, magnitud o potencia con la que los Sentimientos o Sensaciones fisiológicas (es decir, los Universales)  se manifiestan en nosotros. La cantidad de histamina segregada en una zona de la piel afectada por el pinchazo tóxico de una avispa puede ser mayor o menor, causando una hinchazón más o menos apreciable, dependiendo de la sensibilidad del sujeto dañado a la toxina incorporada en su organismo, hecho completamente relativo. Así como al tener un desengaño amoroso o al morir una persona cercana, el sujeto afectado puede sufrir más o menos pena, dependiendo de su dureza mental, que también puede ser mayor o menor.


Los Gustos particulares son hechos simples que, al igual que la Intensidades, nos definen a cada persona por individual. El hecho que yo considere a una persona bella y a otra no es una cuestión de gusto, pero la belleza en si (pura) es igual para todo el mundo, pues si vemos a una persona bella, la belleza está en ella para nosotros, aunque otra persona no la vea bella, aunque si ve bella a otra persona, tendrá el mismo sentimiento que yo al ver a la otra persona que yo sí la considero tal. Que me guste el sabor de una pera y no de una manzana es también cuestión de gustos particulares.


El carácter de una persona está definido directamente por sus Gustos particulares e indirectamente por las Intensidades con la que siente sus sentimientos y sensaciones. Aun así, aplicando de nuevo el método Simplicista, observamos que, con la experiencia del día a día, muchos de nuestros gustos difieren en pequeños hechos casi insignificantes, como la lucha de Wagnerianos contra no Wagnerianos, o el simple hecho de gustar o no el fútbol, pero nada más allá que trascienda de hechos más allá de lo mundano (pues la gente que no le gusta la vida es ciertamente falaz, pues entonces, si realmente no le gustara la vida, se la quitaría en ese preciso instante para aplacar su gusto y su sufrimiento).


Eso sí, que la mente del lector no vaya más allá (que seguramente lo ha vuelto a hacer) y piense que matar o flagelarse por sentir placer, para alcanzar la felicidad, es una Cuestión de gustos, pues como hemos dicho, toda ‘’felicidad’’ que vaya en contra de la vida es una falacia, un auto-engaño mental, pues el mantenimiento vital es (como hemos mencionado previamente) la felicidad prístina, condición necesaria para conseguir más felicidad, que es el objetivo vital.


Por ende, podemos afirmar que los Universales son aquellos elementos o características que nos hacen ser a todos iguales en relación a nuestros Sentimientos y nuestras Sensaciones fisiológicas. Todos tenemos las mismas sensaciones físicas (dolor, miedo, etc.) y todos sentimos lo mismo (amor, tristeza, etc.).


Por otra parte, podemos afirmar que los Relativos son aquellos elementos o características que nos hacen manifestar ligeras diferencias accidentales en nuestros Universales (pero sin que éstos últimos sean diferentes de forma trascendente entre cada persona). Estas diferencias (las Intensidades y los Gustos particulares) actúan como ‘’accidentes’’ que nos permiten distinguir una persona de otra.


Por lo tanto, hemos afirmado que somos iguales, pero de la misma forma, somos diferentes, pues son estas diferencias las que nos permiten tener individualidad como seres humanos y como personas en sí, particulares y únicos, pero siendo exactos a los demás en Sensaciones y Sentimientos, pues estos son Universales e iguales para todo el mundo.

En resumen, quédese con esta frase el lector: "Todo Universal es Relativo, pero no por ello pierde la esencia de Universal en sí".


Explicado todo esto podemos ver más claramente por qué somos todos iguales. Esto es el principio de igualdad, que afirma que todos manifestamos los mismos Sentimientos y Sensaciones, aunque estas sean más o menos Intensivas o nos Gusten otras cosas más que otras. Por lo tanto, teniendo en cuenta que todos los Universales nos caracterizan por igual, entonces, todo lo que siento, muy probablemente lo haya sentido otra persona en el pasado, lo esté sintiendo en este momento y lo sientan las próximas generaciones; de diferente forma tal vez (pues los tiempos cambian como las modas) pero siempre las Emociones serán las mismas.

Entonces, llegados a este punto, podemos sentir un gran peso que se nos quita de encima. Podemos observar que en realidad, las personas sienten igual que yo y que, por extensión lógica, pueden pensar muy similar, por no decir igual, que yo. Por ende, hemos llegado al pilar que sujeta el Simplicismo: ‘’Todos somos iguales, por lo tanto, es ilógico pensar que nuestras diferencias accidentales son trascendentales’’ (entiéndase trascendentales como ‘’muy importantes’’). En otras palabras, al ser todos iguales, no tenemos que adentrarnos en un bucle del pensamiento retorcido, complicando la personalidad de las personas y tratándolas como seres inescrutables, ajenos totalmente a nosotros.


Si a nosotros nos gusta la música clásica pero a nuestro amigo le causa indiferencia e inclusive, aburrimiento (diferencia accidental sobre una Cuestión de gustos), no quiere decir que sintamos de modo diferente ni tengamos que dejar de ser amigos por nuestras diferencias que no son para nada trascendentales. No nos hace ser personas más sensibles el hecho de escuchar música clásica, pues esa afirmación es más bien pedantería que buen gusto.


Por eso, no debemos complicarnos, debemos ser simples en este tipo de cuestiones mentales. No debemos intentar ver más allá de una pared sólida de roca, pues lo único que podemos conseguir es cruzar los ojos y conseguir dolores de cabeza. Tenemos que aprender a saber cuándo pensar de verdad y cómo pensar.


Pues ¿acaso no dijo un gran filósofo que el hombre es un lobo para el hombre, ‘’homo homini lupus’’? La razón por la que las personas nos vemos como lobos, como enemigos constantes que debemos intercambiar de manera continua miradas furtivas y agresivas para marcar el territorio cual instinto animal, dominándonos, es que nos adentramos viciosamente en bucles de pensamientos retorcidos, de forma inconsciente, sin controlar la mente y adentrándonos en bosques oscuros repletos de asfixiante follaje que nos anestesia y no nos deja ver la verdad, lo más lógico, la simple realidad, tomando en su lugar sendas más complicadas, que no solo perjudican a uno mismo, sino que por extensión afecta a todos lo individuos.


La siguiente frase puede ser tratada como el lema del Simplicismo y resume muy brevemente todo lo dicho hasta ahora: ‘’La vida no es complicada, es muy simple; somos nosotros, las personas, la que la complicamos’’.


Somos los seres humanos que con nuestra útil, maravillosa e infinita capacidad mental para pensar y crear juicios, llegamos a tergiversar la vida, a las demás personas e incluso a nosotros mismos, sin conocernos tan siquiera. No queremos decir EN ABSOLUTO que desde este punto tengamos que dejar de pensar y esforzarnos para encontrar la felicidad, cayendo en la ignorancia. TENEMOS que pensar y es NECESARIO para poder avanzar como personas, para cultivarnos, para saber opinar y crear juicios por nosotros mismos y ser capaces de que nadie nos controle la mente. Tener autonomía, y autoconciencia plenas en nosotros mismos, sin dejar que nadie nos ‘’maneje’’ como títeres a su libre albedrío. DEBEMOS tomar elecciones por nosotros mismos y decidir si algo es bueno o es malo y tener personalidad para comunicar estos pensamientos tan necesarios para hacer avanzar el mundo, vencer la injusticia que nos atemoriza y confeccionar el conocimiento mundial, cuyos tejedores son las personas en sí, cuyo aporte es imprescindible y único en cada individuo. Y cómo no, no debemos caer en el rechazo de la Metafísica (como hizo Hume), pues son pensamientos que nos caracterizan como ser humanos, con la capacidad de pensar cuestiones inescrutables, y con la posibilidad de maravillarnos a causa de estos inescrutables ‘’secretos de la vida’’, la cual cosa es bellísima y nos cultiva mentalmente y como personas.

Por lo tanto, el Simplicismo no busca perjudicar ni controlar a nadie, pues es un acto plenamente de voluntad, con el único objetivo de intentar que el ser humano ‘’sepa pensar’’ de una manera clara, lógica, sin tergiversaciones ni retorcimientos y de una manera simple. Siguiendo todos estos métodos y principios, contemplaremos que en realidad, la vida es muy simple y que, en su extensión, los seres humanos son también muy simples.


Ahora bien, seguramente que el lector, de nuevo, se ha evadido un instante de la lectura de manera inconsciente para visualizar un país como la India, extremadamente pobre, donde la gente tiene que vivir de manera inhumana, siempre atentos al peligro, sobreviviendo duramente al crudo día a día. Al ver tal imagen mental, el lector nos pregunta retóricamente ‘’¿al contemplar eso no creo que sigáis pensando que la vida es tan fácil?’’ pero nosotros le contestamos que, por muy falaz, hipócrita, insensible y burdo que suene, la verdad es que seguimos pensando que la vida es extremadamente simple.

El hecho de que esta situación es muy simple se resume en que nosotros, aleatoriamente, hemos nacido en una comunidad muy pacífica, con avances tecnológicos elevados que nos permiten consumir tiempo para pensar en esto que estamos pensando, que no es de una necesidad prioritaria, mientras que en esa parte del mundo, una pobre persona ha nacido, aleatoriamente, en un país retrasado tecnológica, mental y culturalmente, donde hay clases sociales muy diferenciadas, en las cuales unos viven en una riqueza de pomposidad excelsa y otros en la pobreza y miseria absolutas.


Eso es todo lo que se puede decir sobre ese tema, nada más. No podemos responder más certeramente. Aun así, complicarnos más preguntándonos ‘’por qué nosotros sí y ellos no’’ o ‘’por qué no cambian las cosas’’ son cuestiones necesarias para mover y mejorar el mundo con el objetivo de conseguir que esta situación cambie, donde la gente que busque una igualdad intente manifestarse en contra de semejante injusticia. Por lo tanto, aunque son cuestiones sin ninguna respuesta (pues es una situación arbitraria forjada a lo largo de las centurias) son preguntas necesarias.


Pero analicemos en profundidad estas dos preguntas. Ambas se cuestionan dicha injusticia  como hemos dicho y son cuestiones que no tienen respuesta directa a tal pregunta. No podemos responder el ‘’por qué’’, pues es un hecho arbitrario y la propia cuestión va más allá de lo lógico. Somos incapaces de responder esta pregunta, pero sin embargo, podemos responder no a la pregunta en sí, sino al sentimiento que ha desencadenado la pregunta, es decir, responder al sentimiento de injusticia que nos ha inundado al pensar en este tema, para aplacar la angustia de este sentimiento e intentar alcanzar la felicidad otorgando la felicidad a los demás. Esto se consigue diciendo ‘’manifestémonos por el bien de estas personas’’. Aunque la gran mayoría de gente decidirá no pasar de la pregunta y no llegar a ese extremo que le puede perjudicar a él mismo, cosa totalmente respetable, pues no quiere perjudicarse a sí mismo, la cual cosa ni lo convierte en mala ni en buena persona, solo neutral. Así mismo, al pensar estos pensamientos, automáticamente se desencadenaran respuestas como ‘’porque la gente es mala y ambiciosa’’, la cual aun al parecer una respuesta lógica, no lo es, pues desencadena otra pregunta seguidamente, que es ‘’¿por qué la gente es mala y ambiciosa?’’; preguntas igualmente necesarias, pero inútiles, pues ya hemos demostrado que ser malo y ambicioso es tener un campo mental con carga psíquica elevada, ya que hacer el mal es más difícil que hacer el bien (explicaremos esta afirmación tan rotunda e importante posteriormente).


Habiendo expuesto esto hemos querido demostrar  lo que afirmamos en los párrafos anteriores. Hay pensamientos retorcidos como éstos, que son buenos y necesarios para mover el mundo, pues siempre habrá gente que intente ayudar a otras personas, y sin haber pensado antes este tipo de cuestiones no sería capaz de ayudar a nadie.


Pero nosotros nos centraremos en aquellas preguntas que realmente nos aturden como personas, bloquean nuestros objetivos y hacen que no avancemos ni individualmente ni colectivamente como parte contribuyente en el mundo. Por ende, distinguiremos de ahora en adelante dos tipos de pensamientos retorcidos:


-          Los pensamientos retorcidos buenos o necesarios, cuya reflexión desencadena una respuesta diferente a la primigeniamente pensada, pero que ayuda a mejorar el mundo y a avanzar como personas individuales y colectivas (como pensar en el porqué de las injusticias sociales).


-          Los pensamientos retorcidos malos o basura, cuya reflexión desencadena una respuesta siempre errónea, que nos bloquea como personas y no ayuda a hacer avanzar el mundo hacia mejor, sino que detiene su giro e incluso lo invierte a peor (como el chismorreo o la búsqueda de pelea sin razón lógica ni trascendental, por ‘vicio’’).


Dicho esto y explicados los primeros, centrémonos ahora en los segundos pensamientos, objeto de nuestro interés.


¿Cuántas veces no habremos pensado mal de una persona? ¿Cuchicheando, rumoreando, insultando a otras personas con o sin su presencia? ¿O cuantas formas de evitar mirar, hablar o saludar a un vecino habremos inventado en nuestra comunidad al sentir un sentimiento de rencor mezclado con miedo que no podemos explicar al encontrarnos con alguno de estos, que nos hace sacar las garras como animales defendiendo su territorio? Si usted no ha sentido nada de esto, enhorabuena, pues es usted un santo o un magnífico mentiroso.

De cualquier manera, esos sentimientos del día a día, comunes en todos nosotros, los hemos ido manifestando a lo largo del tiempo a causa de factores como el carácter de la población en la que vivimos, la familia o los accidentes que nos caracterizan individualmente. Ciertamente una mala costumbre, pues estos sentimientos y las acciones que desencadenan estos no nos proporcionan satisfacción, no nos dan felicidad ni a nosotros ni a nuestros congéneres cercanos. Pero sabiendo esta frustración, seguimos pensando retorcidamente estos pensamientos basura, viciosa y morbosamente, por una cuestión de dejarnos llevar por el bucle del pensamiento retorcido y en gran parte por nuestro instinto animal.


No queremos decir que debamos eliminar nuestro instinto animal, pues es algo necesario, ya que sensaciones típicamente animales, como el miedo, la rabia o la cautela, son imprescindibles para sobrevivir al día a día, pero la cuestión es que no debemos dejarnos llevar por este instinto, pues los seres humanos tenemos la mente más poderosa y compleja de entre todos los seres vivos de este planeta y debido a que vivimos en sociedad, debemos intentar usar al máximo la mente, nuestra Razón, ya que los pensamientos retorcidos basura surgen de la combinación de los Instintos y la Razón Impura* (es decir, la parte de la Razón con la que somos capaces de realizar actividades como seres humanos, como especie, la que simplemente nos permite llevar a cometido las acciones que son primeramente impulsadas por los Instintos), de manera siempre inconsciente, mientras que los pensamientos retorcidos necesarios surgen si y solo si utilizamos la Razón, más en concreto la Razón Pura** (aquella que permite superar lógica y razonadamente a los Instintos, donde puede participar la Razón Impura para dar a cometido los pensamientos creados por la primera), sin intervención de los Instintos, de manera siempre consciente.


* Ante la complejidad de lo recién expuesto, debemos aclarar que la Razón está compuesta de dos partes muy diferenciadas. Una es la Razón Impura, que solo se encarga de llevar a cometido acciones, sentimientos y/o pensamientos provenientes de los Instintos y de la Razón Pura, de manera independiente e indiferente a ser considerada como Razón en si, pues es la parte ‘’no pensante’’ del ser humano, la que simplemente hace actuar el cuerpo para hacer cumplir las ‘’ordenes’’ (sentimientos y/o pensamientos) de los Instintos o de la Razón Pura, mientras que la Razón Pura es la parte ‘’pensante’’ del ser humano y es independiente (al contrario de la Razón Impura, que depende de los Instintos o de la Razón Pura para actuar), con la cual somos capaces de crear juicios razonables y buenos para superar a los Instintos y que de esta manera, la Razón Pura pueda mandar ordenes a la Razón Impura para que la Razón prevalezca sobre los Instintos y se puedan llevar a cometido los Pensamientos Necesarios y evitar caer en los Pensamientos Basura.


** Ahora bien, el lector se preguntará si es necesario que para llevar a su cometido las acciones que impulsa los Instintos, necesariamente tienen que comunicarse y pasar por la Razón Impura. ¿Eso quiere decir que los animales salvajes, que solo se mueven por los Instintos y sin aparente Razón son una excepción de la regla? No, por supuesto. Todos los animales y otras especies de seres vivos que tengan un sistema cerebral (es decir, que tengan cerebro y nervios, pues las plantas y sus tropismos no son reacciones neuronales, así como bacterias y otros tipos de células sin sistemas nerviosos complejos, cosa que les hace no tener ni Razón ni Instintos, se mueven o sobreviven por inercia, simplemente para cubrir la misión más básica de la vida, sobrevivir) tienen además de Instintos, Razón y por ello, los Instintos tienen que pasar por la Razón Impura para que sean realizados. Pero entonces, ¿tienen Razón Pura los animales? Por supuesto que , solo que no lo tienen tan desarrollado como nosotros, pues los hechos de la evolución, de forma arbitraria, han dado a resultar su falta de necesidad a desarrollar esta parte de la Razón, pero sí desarrollando otras cualidades físicas como garras, tamaño o sentidos más afines y precisos.


Aclarado todo esto, afirmamos definitivamente que es a causa del Instinto animal que acometemos conductas que no tienen lógica alguna, pero que, por vicio (es decir, por el dejarse llevar por los Instintos o lo que es lo mismo, no utilizar  la Razón), las llevamos a su comisión, la cual cosa acarrea un acto erróneo por parte nuestra, hacer una cosa que a nosotros no nos gustaría que nos hicieran.


Verbigracia, el simple hecho de mirar con desprecio a otra persona por creerse superior a susodicha (craso error, pues TODOS los seres humanos somos iguales, seamos del sexo que seamos, de cualquier zona del mundo en la cual nazcamos y de cualquier familia en la cual seamos engendrados) es una acto erróneo, pues el ‘’supuesto superior’’, siguiendo sus Instintos, compite para marcar su territorialidad, su superioridad, y mediante la combinación de la Razón Impura (la cual hace llevar estos Instintos a su cometido ‘’humano’’, es decir, la mala mirada) lleva estos sentimientos típicamente animales a su cometido humano, que es la mirada de desprecio en si.


Esta acción hace sentir mal al que es rechazado con esta mirada y el autor de dicha mirada, aunque le cause una subida de adrenalina estimulante y placentera el hecho de haber marcado con éxito ‘’su territorio’’ (imaginario e irracional), es consciente que le hace un mal a otra persona, le da infelicidad, hace algo que no le gustaría que le hicieran a él y por lo tanto, al fin y al cabo, no le otorga una verdadera felicidad, sino unas simples dosis e inyecciones de impulsos químicos placenteros momentáneos y que desaparecen al poco tiempo (y que a la larga, desencadenará en remordimiento). Por eso, la felicidad no es un impulso químico, sino un estado mental puramente racional, que no se debe confundir con los placeres químicos momentáneos y espontáneos (aunque a veces puedan ir ligados), pues no se debe confundir la felicidad con algo tan minio y temporalmente instantáneo como un placer químico, aunque a veces, en contadas ocasiones, los placeres químicos son desencadenantes de la verdadera felicidad y viceversa.


Por eso, DEBEMOS DE UNA VEZ POR TODAS cambiar la típica afirmación o definición de felicidad que la mayoría de personas tiene incrustada en la cabeza, como la obtención de placeres, sean o no a costa de otros, pues la felicidad no es un placer, sino un objetivo, una manera correcta de vivir como seres humanos, como personas, para así vivir en armonía con nosotros mismos, con el resto de personas y para liberarnos de toda carga mental innecesaria, viviendo bien, sin remordimientos, tranquilos, y así pudiendo cumplir todos nuestros objetivos que nos propongamos de manera adecuada, tranquila y precisa.


Volviendo al ejemplo anterior, si vivimos en sociedad, es decir, no tenemos necesidad de pisarnos ni superarnos violentamente los unos a los otros, sino que debemos mantener la paz siempre para no romper esta estructura social, ¿por qué razón debemos atacar y amenazar con la mirada a otro ser humano social? La respuesta no la encontraremos, ya que no hay razón para acometer tal hecho.


Todo es más simple. Siguiendo el Principio del bien y del mal, aplicamos aquello que sea bueno para nosotros a todas las otras personas, para no generar conflicto; ser seres humanos y no dejarnos llevar por los Instintos, haciendo felices a los demás para ser felices nosotros mismos.


Ahora bien, esto es aplicado a un hecho muy particular e irrisorio como una mala mirada, pero es también aplicable a gran escala, para cualquier cosa y acción vital. Por ejemplo, aquellos gobiernos represores que privan de la libertad a los habitantes de los países que rigen son gobiernos malos, que están establecidos para que unos pocos, gracias a la infelicidad de muchos, puedan salir beneficiados de manera material (mediante impulsos químicos banales y temporales que no tienen que ver con la felicidad, como antes hemos rotundamente afirmado), con riquezas incontables, engañando al resto de personas; haciendo algo que no gustaría que se le hiciese a uno mismo.

Así mismo, un gobierno corrupto y engañador, como el que tenemos en nuestro país (decimos esto sin miedo a críticas, pues es la verdad), los líderes viven en su ‘’falsa felicidad’’ perjudicando a los demás para arreglar una situación de crisis en vez de equilibrar como debe de ser e igualarse en beneficios y privilegios a todo el mundo y no querer hacer infeliz a todo el mundo para el ‘’beneficio’’ de unos pocos, que no viven en armonía, sumidos en el remordimiento en su cáscara de ‘’falsa felicidad’’.


¡Todo es más simple! ¿Por qué dijimos antes que es más fácil hacer el bien que el mal? Pues por la simple razón de que para hacer el mal, tenemos que maquinar si no cientos, un generoso número de planes para conseguir un objetivo: la ‘’falsa felicidad’’, dando infelicidad a unos para el beneficio de otros o para uno solo (cosa que no otorga al primero felicidad verdadera, sino placer momentáneo, temporal), haciendo cosas que no nos gustaría que nos hicieran, cosa que requiere una maquinación que nos hace sentir un calor incómodo en la frente.


Sin embargo, para hacer el bien solo hay que hacer una sola y simple cosa: no hacer nada a otra persona que te pueda hacer infeliz a ti. Ni maquinar planes, ni difíciles procesos. Solo un paso. ¡Tan simple como eso!

Hay que ver qué es lo injusto y que es lo justo y eliminar lo primero para que SOLO prevalezca lo segundo. Esto solo se consigue siguiendo un paso. Un paso que, como hemos dicho antes, es un paso de sinceridad personal máxima con uno mismo. Saber qué es lo malo  y lo bueno, aplicando ‘’El Principio’’… y ya está.


Ahora bien, habrá mucha gente experimentada en la vida, que haya vivido muchas vivencias injustas y malas, y haya caído (con mucha razón, pero no con toda ella) en un estado de ver a todo el mundo como lobos, donde no hay que fiarse de nadie y hay que vivir para el beneficio de uno solo, pues nadie da nada, todo el mundo es egoísta y malo. Esta situación, muy verdadera, se debe remediar. Hay que cambiar la mentalidad de la gente, de cada persona por individual. No somos lobos, somos personas, seres humanos sociales. Tenemos que abandonar la fiereza en nuestros ojos, debemos vernos como todos iguales, personas, ser conscientes que buscamos la felicidad todos por igual y que, aunque la felicidad sea algo egoísta, el camino para conseguirla no lo es en absoluto: es un camino social.


La máxima felicidad es estar en armonía con todo el mundo para que ningún remordimiento, ningún mal pensamiento ni ningún mal recuerdo nos pueda afectar negativamente y nos haga sufrir, para que así podamos conseguir nuestros objetivos con naturalidad, tranquilidad y con un esfuerzo gratificante y no malsufrido.


¡Seamos nosotros mismos los que pensemos, como dueños de nuestras acciones y pensamientos que no son de nadie más sino de nosotros solos, para ser felices cada uno y dar la felicidad a todos, consiguiendo la felicidad propia verdadera, sin la mediación de algo que no sea nosotros mismos, los seres humanos; solamente con nuestra Razón, sin la participación de algo más ‘’elevado’’ que nosotros!


Tan simple como eso. Aplicarlo a las relaciones personales e interpersonales, a la política, al trabajo, al arte… en resumen: a la vida en si.


Parece un hecho utópico, imposible de conseguir, pero debemos aspirar a conseguirlo, cual artista busca la perfección inalcanzable a todas sus piezas; sabe que es imposible, pero él se empeña sin cesar, pues sabe que es lo correcto, pues sabe que ello le hace feliz.

 Es por ello que debemos empezar desde YA a enseñar a nuestras futuras generaciones esta forma de pensar, para que se pierda el tópico ‘’homo homini lupus’’, y lograr que nadie sufra en este mundo. Espero poder en otra ocasión extenderme para explicar, de forma pedagógica, cómo enseñar a un niño no solo esta teoría, sino una buena conducta, en otra pequeña obra pues es importantísimo una buena educación de los niños desde su nacimiento. Pero por ahora, debemos considerar esto:


La vida es muy simple, somos nosotros, las personas, las que la complicamos. ¡Dejemos de ser injustos!


¡Que los poderosos dejen de someter a los afligidos! ¡Que todos sus méritos sean conseguidos por su esfuerzo y no por la infelicidad de los demás!

¡Dejemos de vivir en un campo de minas e intentar empujarnos los unos a los otros para sobrevivir!


Unámonos todos, como un todo, y dejemos las luchas, las guerras, las injusticias y seamos ambiciosos por la paz, seamos ambiciosos por la felicidad verdadera. Dejemos atrás las miradas dañinas, las dictaduras capitalistas, comunistas y nacionalsocialistas y miremos a un mundo mejor; desde la persona más ‘’poderosa’’ de esta tierra, hasta el más dolido que reside en ella, pasando por todos los que están en el poder de cada país.


Que todos y cada uno de ellos sean conscientes del mal que han hecho y que lo cesen definitivamente, sean sinceros con ellos mismos y hagan felices a todo el mundo, pues así ellos mismos serán verdaderamente felices. Dejemos la maldad de una vez por todas. Respetémonos por igual. Nunca hagamos algo a alguien que nos pueda hacer infelices a nosotros. Busquemos nuestra felicidad con la felicidad de los otros. De esta manera acabaremos con el hambre, con la miseria, con la desigualdad, con la guerra, con la maldad.


Pues la vida es muy simple.



Todo es muy simple. Todos somos iguales. Solo hay que buscar la felicidad para todos. 




(Dedicado a mi gran profesor de Filosofía, Joan Carles Alzamora (IES Joan Maria Thomàs), que con tanta pasión me ha enseñado los secretos inescrutables de esta maravillosa y apasionante disciplina.)



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